En vísperas de la Navidad del 2000, el frágil corazón de Carlos Cano dejaba de latir en Granada, su ciudad natal. Cantautor andaluz comprometido, su música y sus inquietudes artísticas traspasaron fronteras. Nunca abandonó sus raíces pero su inquietud creativa y vital le llevó por todo el mundo, componiendo e interpretando coplas, tanguillos, murgas o pasodobles, pero también canción de autor, fados, habaneras y hasta algún tema blues y pop. Sin duda la canción española, y singularmente la copla, tienen una deuda con este intérprete. Cano dignificó una copla siempre popular pero asociada a un pasado y a un tipo de interpretación entonces cuestionados. Aunque en muchas coplas respetó su ritmo folclórico tradicional, en otras utilizó un aire intimista y personal. Todo ello, unido a su imagen y voz viril, ayudó a recuperar la copla entra las nuevas generaciones.
El tema que hoy viene a este blog es un poema tradicional del poeta Rafael de León, musicado por Manuel López Quiroga, en el que Carlos Cano desarrolla toda su hondura lírica interpretativa bien secundada por el piano como único acompañamiento.